La construcción semiótica de la historia

 

LA FUNCIÓN DE LA HISTORIA EN EL DISCURSO

 Marta Susana López

Universidad Nacional del Nordeste (Argentina)

Liniers 43, Resistencia, Provincia del Chaco, Argentina

Correo: martasulopez@gmail.com / martasulopez@hotmail.com


 

 

De acuerdo con la propuesta de Magariños de Morentin (2008), considero la historia  como el conocimiento que los discursos simbólicos construyen -a lo largo del tiempo- acerca de los acontecimientos, concebidos estos últimos, a su vez, como discursos indiciales.

El rescate de los bancos por parte del gobierno norteamericano en la crisis financiera de EEUU es un ejemplo. Este discurso indicial –expresión de las acciones y medidas económicas- fue traducido a discurso simbólico y se expandió  a todo el planeta en ambas modalidades como verdaderos mensajes para restaurar la “credibilidad” exigida por el mundo económico tanto como por el mundo de la comunicación. Así vemos cómo los acontecimientos económicos son indefectiblemente leídos, interpretados y transformados en discursos simbólicos produciendo una catarata de otros hechos económicos y discursos, a modo de semiosis infinita, la cual implica tiempo y transformación, y por lo tanto, historia.  Se trata de fenómenos que responden al interesante paralelismo propuesto por Francisco Umpiérrez ([Semioticians] http://www.archivo-semiotica.com.ar) entre economia y semiosis que yo, por mi parte, comparto y desarrollo en algunos de mis trabajos. Economía y semiosis se entrelazan así en esta sucesión de acontecimientos que constituyen la actual crisis mundial. Por lo tanto, los discursos (indiciales y simbólicos) construyen la historia de la economía del planeta y por lo tanto, de la política mundial. 

Otro ejemplo puede serlo el de la llamada “crisis del campo” generada en la Argentina, en marzo de 2008. Un acontecimiento económico (discurso indicial), que consistió en  aumentos tributarios a la exportación de ciertos cereales  y oleaginosas derivó – como reacción- en otros discursos indiciales: la protesta ruralista con cortes de rutas y acampamentos en lugares públicos, es decir, el discurso de los propios cuerpos y de la toma de territorios como expresión del descontento. A esto le siguió (reitero: a modo de semiosis continua) una verdadera “guerra de discursos” tanto simbólicos como indiciales, de ambas “partes” (gobierno y campo), a los cuales se sumaron otros (de múltiples ideologías) de la sociedad entera  y de los medios. Vemos entonces que, también en la construcción de la historia de esta crisis (que continúa aún hoy), son inseparables los acontecimientos indiciales y los discursos simbólicos de lo que se denomina comúnmente “economía” y “política”. En verdad, el protagonismo del discurso en este fenómeno social argentino fue categórico y su carácter histórico es indiscutible, dadas las transformaciones producidas en las representaciones sociales, en el funcionamiento de las instituciones republicanas y federales, y en los discursos mismos. Es destacable también la influencia que tuvo en la conformación de la identidad del sector rural más vulnerable: los pequeños y medianos productores. Reitero por lo tanto, que también en este caso es posible apreciar la semiosis como una dimensión más de lo económico y de lo político, tanto en su análisis sincrónico como en su abordaje histórico.

Considero que estos fenómenos que acabo de describir se relacionan con los modos en que se pretende construir la historia de los acontecimientos del presente mediante semióticas elegidas subjetivamente por los diversos emisores. Existen interesantes trabajos de análisis sobre la representación de la historia en los discursos políticos. Por ejemplo, el del historiador J.E. Romero Jiménez, de la Universidad del Zulia, Venezuela. En su análisis del discurso del presidente Chávez, el autor vincula claramente la reformulación que éste realiza de la historia de su país, con los objetivos del presidente venezolano de legitimarse como emisor o deslegitimar al oponente, según el caso. La historia se convierte así en instrumento ideológico de poder simbólico, no sólo en manos de los historiadores profesionales –tal como ya se ha asumido desde hace mucho tiempo- sino también en las de políticos, economistas, periodistas, artistas, etc.

Entiendo entonces que la idea de la construcción semiótica de la historia  puede incluir entre sus posibles  objetos de estudio la cuestión del tratamiento discursivo del pasado histórico como recurso pragmático. Como sabemos, los discursos cotidianos de diversos tipos  (en especial los políticos, los jurídicos, los económicos, los periodísticos, etc.) hacen uso muy frecuentemente (yo diría que casi generalmente) de  la historia como herramienta de convencimiento y de captación (Charaudeau y Maingueneau, 2005)

En dicha instancia, el emisor se convierte en “historiador” sin ser al mismo tiempo académico o científico. Esto es, se constituye en un interpretante que, a su vez, reconstruye  el acontecimiento (en tanto objeto), mediante un nuevo discurso, según sus intenciones u objetivos pragmáticos, sin necesariamente acudir a la disciplina histórica o semiótica con actitud disciplinar, sino simplemente desde su propia y peculiar competencia semiótica. Su relato se convierte de todos modos en una especie de contribución a la construcción de la historia general de una sociedad, en un momento determinado y en ámbitos no académicos. Implica una interpretación que frecuentemente compite con otras formuladas acerca del mismo acontecimiento.

         Es decir, la historia se realiza en discursos simbólicos, indiciales o icónicos que el especialista interpretará mediante su confrontación significativa cuando se encuentre con  construcciones disímiles para el mismo acontecimiento. Pero en una amplia gama de enunciados, se advierte también la presencia de múltiples reformulaciones de la historia -así como analogías, metáforas y paralelismos vinculados a ella- realizados por enunciadores no especialistas. Reconocemos entonces una dimensión histórica en los textos (o de gran parte de ellos) que concebimos como la consecuencia dialéctica de la supresión del pasado, pero -al mismo tiempo- la conservación y superación del mismo a los efectos de lograr las intenciones pragmáticas del enunciador.

         De tal manera, la importancia que adquiere la función de la historia en la argumentación permite afirmar que cuando hablamos de contexto para referirnos a la representación de los elementos de la situación comunicativa determinantes del discurso, no sólo debemos pensar en los coexistentes en un momento dado (lingüísticos, físicos o institucionales), sino también en el conocimiento de hechos pasados por parte de enunciadores y enunciatarios. Es decir, su percepción, interpretación y enunciación por parte del emisor, por un lado, y la aceptación o el rechazo (interpretación también) que de tal enunciación realice el destinatario, por el otro.
         La elaboración / interpretación de los discursos sociales parecen ser así el resultado del cruce de dos ejes: el de un contexto sincrónico y el de un contexto diacrónico que el emisor "historiador" pretende que le sea reconocido por el interpretante. Es posible que construya de este modo no sólo el significado de los acontecimientos a que se refiere, sino también su propia identidad y la de los otros. La aceptación -por parte del enunciatario- de esta "pretensión de validez" (Habermas, 1976) de la elaboración histórica (del enunciador) dependerá de lo que aquél considere verdadero (en relación con los acontecimientos) y coherente (en relación con los discursos anteriores, actuales y futuros del emisor).

         Ahora bien, el eje de la diacronía no se limita a la conexión referencial entre el pasado y el presente, sino que se proyecta a menudo hacia la construcción de un futuro. Es decir, intenta esbozar un mundo posible (Magariños de Morentin, 2008) diferente.

         La historia sería así, no sólo el discurso constructor del acontecimiento con fines científicos y académicos, sino que, al ser reconstruida por diversos emisores, en diferentes contextos, se convertiría en un nuevo signo, capaz de explicar acciones y de re-definir actores y espacios del presente y del futuro, otorgándoles una determinada identidad, de acuerdo con la postura ideológica del enunciador. Esta sería, según mi parecer, la función pragmática de la historia en la enunciación, en la que reconozco, por lo menos, dos modalidades.

         En primer lugar, es posible advertir la construcción de los acontecimientos presentes mediante la proyección en ellos de una historia considerada como epopeya por parte del emisor, que insta a los destinatarios a rescatar los valores ideológicos que la caracterizan y que considera fundamentales para el desarrollo de la sociedad en la que está situado.  Dada la fugacidad del presente, lo que necesariamente persigue este tipo de discurso es la visualización de un futuro mejor que cuente con tales valores. Desde la historia ya pasada, el emisor insta al rescate de valores -que parecían muertos- para hacerlos parte de la historia que transcurre y de la que transcurrirá más allá del presente.

         Cito a continuación un ejemplo de este empleo de la historia por parte de Barack Obama, en su primer discurso como Presidente de los EEUU:

Hoy les digo que los desafíos que enfrentamos son reales. Son graves y numerosos. No serán superados fácilmente o en un corto período. Pero sepan esto, estadounidenses, ¡serán superados!

En este día nos reunimos porque elegimos la esperanza en lugar del temor, la unidad de objetivos en lugar del conflicto y la discordia.

En este día, proclamamos el fin de las reivindicaciones efímeras y las falsas promesas, las recriminaciones y los dogmas perimidos, que por demasiado tiempo han lastrado nuestra política.

Seguimos siendo una nación joven, pero como dicen las Escrituras, llegó el momento de dejar de lado los juegos infantiles. Llegó el momento de reafirmar nuestra fortaleza de carácter, de elegir la mejor parte de nuestra historia, de apelar a nuestras virtudes, a esta noble idea transmitida de generación en generación: la promesa dada por Dios de que todos somos iguales, todos somos libres, y todos merecemos la oportunidad de buscar toda la felicidad posible.

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Nuestros desafíos pueden ser nuevos. Los instrumentos con los que los enfrentamos pueden ser nuevos. Pero todos estos valores de los cuales depende nuestro éxito -trabajo duro y honestidad, valor y lealtad, tolerancia y curiosidad, lealtad y patriotismo- son antiguos. Esos valores son verdaderos. Han sido la fuerza silenciosa del progreso a lo largo de nuestra historia.

Lo que se nos pide es, pues, un retorno a esas verdades.

         Lo que Obama parece proponer a sus conciudadanos es la recuperación histórica de la ideología fundante de su país constituida por un conjunto de valores que serán los que permitirán construir una nueva utopía (Ricoeur, 2002).  Más allá de las condiciones de verdad y de coherencia (con otros discursos simbólicos o indiciales) que se le otorguen a Obama, creo que estas citas constituyen elocuentes ejemplos del tipo de función pragmática de la historia, seleccionado por el emisor para lograr el efecto perlocutivo deseado (percepción de un mundo posible mejor que el actual) mediante el uso de una nueva semiótica.

         En segundo lugar, y a la inversa,  el empleo de esta función puede estar dirigido a la tematización de un pasado histórico que se considera trágico o vergonzoso, con vistas a reflejarlo comparativamente en los fenómenos del presente, y desvalorizar los discursos que lo están construyendo contemporáneamente, convirtiendo en in-significantes tanto a sus actores como a sus acciones, como partes de una comedia. Esto conduce hacia semióticas pasadas, anacrónicas que se pretenden a veces reinstalar, intentando evitar la evolución de las semiosis que necesariamente deben acompañar a los nuevos acontecimientos. Se produce así una especie de detención de la historia en un momento dado y en una sociedad determinada, y hasta puede producirse un retroceso a ese pasado nefasto que se evoca discursivamente, al ocultar lo presente.

Un ejemplo paradigmático en el ámbito de lo político, analizado por mí en mis últimos trabajos, lo constituyen los discursos emitidos en el marco del mencionado conflicto del campo en la Argentina, durante 2008. Particularmente, el discurso presidencial y el discurso oficialista en general (incluido un grupo de prestigiosos intelectuales) han construido paralelismos léxico-semánticos (entre acciones y actores históricos y los del presente) que evidenciaron sus respectivos propósitos pragmáticos de legitimación (del yo emisor) y deslegitimación (del otro oponente).

En efecto, este discurso ha instalando implícitamente una idea marxiana, citada frecuentemente por diversos autores y citada por la misma presidenta argentina con el  efecto paradojal –según creo- de deslegitimar su propia perspectiva. Se trata de la frase de Marx, en “El 18 brumario de Luis Bonaparte”, que dice: "Hegel dice que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se producen dos veces. Pero se olvidó de agregar: la primera vez como tragedia y la segunda vez como farsa. Luis Bonaparte fue, así, la caricatura de su tío. ¡La misma caricatura que acompañó a la segunda edición de El 18 de brumario!". Esta frase se refería a los golpes de estado provocados por los Bonaparte.

La presidenta Fernández de Kirchner, por su parte, acude repetidamente a este pensamiento. Desde su primer discurso, recién iniciado el conflicto del campo, calificó las acciones de los ruralistas como “pasos de comedia”, por oposición a la “tragedia” que ella ubica exclusivamente en el pasado y en relación con los golpes militares, sin percibir ni enunciar la tragedia naturalizada de la Argentina de hoy. Creemos que esta actitud puede ser considerada un ejemplo elocuente del ejercicio discursivo de la función de la historia con finalidades pragmáticas

En efecto, la propuesta de esta idea como comparable con lo ocurrido en la Argentina implica la banalización del pasado, el vaciamiento de su significado, tanto como la desvalorización del presente, su construcción farsesca, para ocultar la tragedia actual de aquellos a los que, en un principio, no se veía ni escuchaba, como resultado de lo cual se les estaba negando toda identidad. Nos estamos refiriendo a los pequeños y medianos productores rurales. Debe ser evaluado también el efecto dramático de actualización producido por estos desajustes semánticos sobre los afectados que aún sienten la tragedia histórica (de hace treinta años) como presente.

La estrategia de captación no polémica, (y por lo tanto, no argumentativa), sino dramática (apelando a lo irracional de los sentimientos) fue la de emplear una semiótica belicista propia de los años setenta, durante los cuales surgió la violencia de ciertos grupos de izquierda que fueron aniquilados por el golpe de estado militar, realizado en 1976, el cual, a su vez y aboliendo todo tipo de libertad, dejó un saldo de treinta mil desaparecidos, ciudadanos torturados, niños secuestrados, usurpación de bienes y la consolidación nefasta de la economía neoliberal.

En marzo de 2008, luego de veinticinco años de democracia, la vigencia de la semiótica setentista había caducado hacía mucho en la Argentina, dadas las transformaciones en los acontecimientos, es decir, en los discursos indiciales, relacionados con un relativo fortalecimiento institucional de la democracia. A raíz de los cortes de rutas y otras manifestaciones de agricultores y ganaderos de diversas clases socio-económicas unidas para la protesta, incluidas las más vulnerables, la presidenta –quien se identifica a sí misma como víctima militante de los años setenta- pretendió homogeneizarlas mediante el uso de analogías implícitas entre la protesta rural y el golpe de marzo del 76, fundadas en la coincidencia de las fechas. Construye asimismo otra analogía basada en el hecho de que el paro agrario se realizaba durante la celebración de Semana Santa, en la que se habían producido intentos de rebeliones militares en los primeros años de la democracia, durante los 80. Tales concordancias son expresadas por la Presidenta diciendo:

“…  Las imágenes que me tocó ver este fin de semana largo, aquí en la República Argentina, casualmente en Semana Santa, siempre Semana Santa ha sido emblemática para los argentinos, y como si fuera una señal pegada, en esta oportunidad, a la memoria de una de las peores tragedias que tiene la historia Argentina, y que fue la del 24 de marzo de 1976. Son señales tal vez que se toma la historia, la casualidad, pero lo cierto es que en estos cinco días, el último día fue 24 de marzo.

 

Esta frase explicita, por parte de la misma enunciadora, el uso pragmático e intencional que hace de la historia. Los paralelismos con los acontecimientos del pasado mediante el empleo de una semiótica anacrónica, van insinuando paulatinamente la construcción de un oponente al que se está calificando de “golpista”, lexema cuyo significado encierra, además, dos rasgos pragmáticos negativos: el del insulto (para el oponente) y el de la amenaza y el temor (para la sociedad entera). Además, se trataba de un golpista de altos recursos económicos, que debía pagar mayores tributos, y que integraba los denominados (por la misma presidenta) “piquetes[i] de la abundancia”, en oposición a los “piquetes de la miseria” (los cuales instala la enunciadora sólo en el pasado).

Se incurre así en una generalización que suprime deliberadamente información distintiva, es decir, el hecho de que también los más pequeños y medianos productores habían salido a las rutas, y no precisamente con intenciones golpistas. Muchos lo hicieron, según los testimonios recogidos por nuestra investigación, por su temor a la exclusión socio-económica y a la posibilidad del éxodo a las villas miserias urbanas, tal como ha sucedido en los últimos años a cientos de miles de campesinos, que pasan a engrosar así la cantidad de pobres existentes en la República Argentina: el cuarenta por ciento de sus habitantes.

Esta es la tragedia histórica actual que se pretendió ocultar mediante el uso de un lenguaje ya perimido. Los efectos pragmáticos fueron la confrontación y la división social que no existían entre los argentinos, pero que de pronto parecieron posibles como resultado de esta semiótica que se intenta, aún hoy, poner en vigencia, mediante audaces y peligrosas metáforas tales como “fuerzas de choque”, “fusilamientos”, “secuestros”, “dictadura militar”, que tienen como referentes hechos, objetos, instituciones y personas que nada tienen que ver con el sentido literal e histórico de tales lexemas, pero que se vinculan muchas veces con la protesta social o con la postura crítica de los medios, a los fines insultar y/o atemorizar.

Dice Magariños que construir el conocimiento de determinado fenómeno es atribuirle un significado aceptable, según la racionalidad vigente para los procesos cognitivos efectivamente practicados en determinado momento de determinada sociedad.

No es el caso del discurso oficialista. Por el contrario, éste trata de instalar, como vimos, una semiosis  perimida, racionalmente no vigente en la sociedad argentina actual. Con ello impide (o deja de) construir nuevas semiosis para los acontecimientos del presente. Según nuestra investigación, este discurso resulta ineficaz pragmáticamente para dialogar u  obtener entendimientos con los sectores socioeconómicos en conflicto y con otras grandes franjas de la sociedad; en particular, los jóvenes, que no descifran muchas veces los implícitos o presuposiciones que se les proponen, dados los aproximadamente veinte años transcurridos desde la vigencia de  esta semiosis de guerra.

Existe entonces aquí un problema: el de la pretensión de validez de una semiosis ya pretérita, por parte del discurso de quienes detentan el poder político y económico oficial. La puesta en función de una historia violenta y conflictiva, como herramienta pragmática para reactualizar los enfrentamientos y las divisiones en búsqueda de un incremento del poder, también parece por el momento inútil en ese sentido. Inútil, pero todavía amenazante.

 

Marta Susana López

 

Bibliografía

 

Charaudeau, P. y Maingueneau, D.

(2005) Diccionario de Análisis del Discurso. Buenos Aires: Amorrortu ed.

Habermas, J.

(1994) Teoría de la acción comunicativa.: complementos y estudios previos Madrid: Cátedra.

Hegel, G.

(2006) La lógica de la enciclopedia. Buenos Aires: Leviatán.

Magariños de Morentin, J.

(1996) Los fundamentos lógicos de la semiótica y su práctica. Buenos Aires: Edicial.

(2008) La semiótica de los bordes: apuntes de metodología semiótica. Córdoba:    Comuni- arte.

Peirce,  Ch.s.

(1987) Obra lógico-semiótica. Madrid: Taurus.

            (1978) Lecciones sobre el Pragmatismo. Buenos Aires: Aguilar.

Ricoeur, P.

            (2000) Del texto a la acción. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica de Argentina.

Romero Jiménez, J.E.

(2004) Hugo Chávez y la representación de la historia de Venezuela. En Reflexión Política, junio, año/vol.006, número 011. Universidad de Bucaramanga.

 

NOTAS


[i] Piquetes: término que denota en la Argentina la manifestación de protestas sociales mediante el corte de calles y de rutas, por los más diversos motivos.